Entrega Ejercicio 1
Manifiesto
personal: Reconciliar los territorios — la ciudad, el campo y el espacio
intermedio.
Introducción
C arquitecta en formación, he comprendido que la
arquitectura no se limita a construir edificios, sino que implica entender el
territorio y aprender a modificarlo con respeto. El paisaje de Castilla y León,
y de España en general, narra una historia repleta de contrastes: ciudades que
progresan sin mirar atrás y poblaciones que se van despoblando lentamente, casi
en silencio. No solo en términos de kilómetros se mide la distancia entre lo
rural y lo urbano, sino que también se percibe a través de cómo vivimos y
reflexionamos sobre cada lugar. En respuesta a esto, siento que es necesario
reconsiderar la relación entre los dos mundos desde el deber que tenemos como
arquitectos: reconciliar los territorios.
Quiero reflexionar sobre esa dualidad en este
manifiesto, tomando como ejemplo un caso próximo: la ciudad de Valladolid y sus
alrededores inmediatos, en particular el municipio de Zaratán. Allí se hace
evidente una de las tensiones más características de nuestra época: la entre el
paisaje agrícola y la expansión urbana. La arquitectura tiene la posibilidad y
el deber de encontrar nuevas soluciones en esos espacios intermedios, que no
son ni rurales ni urbanos.
La ciudad.
La ciudad contemporánea parece reunir, con la
misma intensidad, tanto ventajas como deficiencias. En esta se reúnen las
posibilidades, los servicios y la innovación; sin embargo, también se
encuentran las disparidades y la dependencia de sistemas externos. Valladolid,
al igual que numerosas ciudades medianas del país, ha adoptado un patrón de
desarrollo característico de las grandes urbes. La actividad y los servicios se
han acumulado en el centro, a medida que las áreas periféricas han ido
perdiendo su carácter y conexión con su medio natural. La ciudad, en ese
proceso, se ha ido distanciando de su propio espacio productivo y del entorno
agrícola que siempre fue parte de su identidad.
En la segunda mitad del siglo XX, el crecimiento
urbano de Valladolid estuvo caracterizado por la expansión residencial, el
automóvil y la industria. Eso dejó huella: polígonos industriales,
urbanizaciones independientes y un cinturón periurbano que en la actualidad es
complicado de determinar. Desde un punto de vista técnico, este modelo ha
interrumpido la continuidad territorial y ha creado una dependencia cada vez
mayor de recursos del exterior, en términos ecológicos y energéticos. Como
arquitecta, me inquieta la pérdida de continuidad territorial. Valladolid se
expande, pero lo hace a expensas de difuminar sus fronteras. Sus límites ya no
son transiciones naturales entre el campo y la ciudad, sino que son líneas
rígidas de asfalto y hormigón. La ciudad, al consumir paisaje como si fuera un
recurso ilimitado, pierde su memoria y su capacidad de adaptación.
Zaratán.
Zaratán, en mi opinión, es un punto central para
comprender este problema. Ubicado en el noroeste de Valladolid, este municipio
actúa como límite entre la ciudad consolidada y el entorno agrícola de los
Montes Torozos. No obstante, Zaratán se ha transformado en un caso de tensión
territorial, lejos de ser un lugar equilibrado: las urbanizaciones más nuevas
coexisten con áreas rurales, zonas de industrias y terrenos agrícolas que están
siendo abandonados.
Según algunos urbanistas, estos territorios se
conocen como espacios intermedios o territorios de transición. En estos se
desdibujan las fronteras tradicionales, y es exactamente en ese punto donde la
arquitectura juega un papel esencial. No se trata de frenar el crecimiento,
sino de mejorarlo: crear espacios públicos, infraestructuras y equipamientos
que conecten la ciudad y campo.
Cuando visito Zaratán, percibo que falta un
proyecto. Los límites de las ciudades parecen no pertenecer a nadie. Las
infraestructuras de transporte dividen el territorio, mientras que los espacios
vacíos no tienen identidad. Se obtiene un paisaje mixto, donde el campo ya no
es paisaje y la ciudad todavía no se ha establecido por completo.
Estoy convencida de que nuestra tarea como
arquitectos consiste en volver a definir ese límite. Es posible concebir rutas que
integren las zonas agrícolas con los parques urbanos o tipos de vivienda que
fusionen lo doméstico y lo productivo.Zaratán tiene el potencial de ser un
laboratorio para nuevos modos de habitar en el que la arquitectura funcione
como mediadora entre lo construido y lo natural.
El valor de los espacios intermedios.
Las áreas que están entre Valladolid y su medio
rural conforman un conjunto de circunstancias: pequeñas urbanizaciones, parques
periurbanos, terrenos agrícolas y equipamientos dispersos. Son lugares en los
que el planeamiento tradicional, concebido desde categorías rígidas, deja de
ser efectivo.
El futuro de nuestras ciudades se decide en estos
territorios intermedios. No son espacios vacíos, sino posibles nexos ecológicos
y sociales. No obstante, la mayor parte de las veces se consideran áreas
residuales, que no tienen ningún proyecto. Desde un punto de vista técnico,
esto provoca una cuestión de fragmentación territorial y disminución de la
resiliencia medioambiental.
Desde mi perspectiva, la arquitectura tiene la
posibilidad de actuar en estos espacios desde tres enfoques:
1.
Infraestructura ecológica: Planificar corredores
verdes que unan las áreas urbanas con las rurales, devolviendo la continuidad
tanto ecológica como paisajística.
2.
Equipamientos de borde: establecer áreas de
intercambio que beneficien a la población tanto rural como urbana.
- Modelos de vivienda híbridos: impulsar casas que incorporen la labor
artesanal o agrícola, que utilicen la energía local y propicien la
cercanía entre el hogar y la producción.
El papel del arquitecto en el contexto vallisoletano.
El arquitecto tiene la posibilidad de ser un
mediador entre comunidades en el entorno de Valladolid y su zona metropolitana.
Sugiero una práctica arquitectónica más maleable que la planificación
convencional, que se fundamenta en la zonificación y la separación de usos.
Esta nueva práctica debe tener en cuenta lo complicado del territorio y
fomentar la integración entre municipios.
La intervención arquitectónica tiene la capacidad
de recuperar la identidad local en regiones como Zaratán, a través de la
revaloración del paisaje agrícola y la reinterpretación de materiales y el
diseño de espacios públicos. La idea de considerar el borde urbano como un
espacio para experimentar, en lugar de un límite, es algo que me atrae
especialmente.
Desde este punto de vista, la arquitectura pasa de ser un acto de ocupación
a transformarse en un proceso de reconciliación. Es imprescindible construir
con base en el respeto, tener en cuenta la importancia del territorio ya
existente y comprender que cada elección de diseño tiene repercusiones
ambientales y sociales. El desafío, exactamente, en Zaratán y sus cercanías es
el siguiente: aprender a edificar sin romper.
Conclusión: reconciliar los territorios.
La habilidad de Valladolid, y por lo tanto de
varias ciudades españolas, para lograr una reconciliación entre la ciudad y su
medio rural será determinante para su futuro. No se puede alcanzar el balance
territorial simplemente frenando el crecimiento, sino guiándolo hacia modelos
más sostenibles y con mayor conciencia. La arquitectura tiene la capacidad y la
obligación de ser el medio para esa reconciliación: un instrumento para
restablecer las conexiones perdidas entre el paisaje, el suelo y los seres humanos.
Como arquitecta, asumo el deber de contribuir a una arquitectura que no
pase por alto su contexto. Confío en una práctica que mezcle la sensibilidad
territorial con la precisión técnica; que devuelva el valor del paisaje, la
memoria de los sitios y la escala humana. En Zaratán, al igual que en muchas
otras periferias urbanas, enfrentamos el reto de nuestra época: saber cómo
edificar en la frontera, donde la ciudad se encuentra con el campo y donde
puede iniciarse nuevamente el futuro.
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